La desaparición del libro

Gabriel Zaid

No hay futurólogos que anuncien la desaparición del fuego, la rueda o el alfabeto, aunque son avances técnicos milenarios. Sin embargo, se habla de que los multimedios y la Internet pueden acabar con el libro. Se dijo lo mismo cuando apareció la televisión. Desde entonces, la producción mundial de libros se ha cuadriplicado. ¿Cómo explicarlo? Porque no se ha inventado algo mejor.

Los libros pueden ser hojeados

En este sentido, sólo un cuadro es superior a un libro. Un programa de cine o de televisión, aunque sea visual, no se puede hojear. Es posible ausentarse y distraerse, pero no volver a atrás para comprender mejor, ni detenerse para reflexionar ni adelantar para ver lo que sigue. Las cintas de video y los discos ópticos si lo permiten, pero no fácilmente. Ni las computadoras más veloces dan la perspectiva de conjunto que puede dar el registro rápido de un libro, con la misma facilidad. Uno se impacienta, explorando los archivos de una computadora: no es tan fácil hojear.

Para seguir lo que sale de una pianola, un fonógrafo, una grabadora, un proyector de cine, un aparato de radio, televisión, video, computación, teléfono, fax, hay que tener pegada la atención a lo que sigue. Para buscar y encontrar algo, hay que moverse a ciegas, tercamente, torpemente, sin ver más allá. En un libro, se busca y se encuentra más fácilmente. Lo cual resulta irónico, después de que McLuhan celebrara la superación de la escritura lineal. Nada requiere más lectura lineal que la televisión, las cintas y los discos. A diferencia de los libros (y de los cuadros), no admiten el vistazo global. Son un retroceso a los rollos antiguos, como los del Mar Muerto, que para ser leídos, tenían que ir pasando de un carrete a otro.

Pero lo más irónico de todo es que las maravillas electrónicas se venden con instructivos impresos. Ningún libro se vende con instructivos electrónicos sobre cómo leerlos.

La gran ventaja de un texto electrónico es la velocidad de búsqueda de palabras (o de temas, siempre y cuando estén previamente marcados, como en el índice temático de un libro, y sean pedidos de manera correcta y específica). No el vistazo general, ni la exploración intuitiva que se puede tener hojeando u libro.

Un libro se lee al paso que marca el lector

En los nuevos medios, el lector tiene que seguir el paso que le marca una máquina. Además, la lectura admite una sola velocidad. Un disco, una cinta, una película, cuya velocidad se altera deja de ser legible. En cambio, un libro (dentro de ciertos límites) puede ser leído al paso que requiera el lector, humor, propósito, pasaje, del texto o la lectura.

Se trata de una libertad decisiva. Un libro puede ser explorado a miles de palabras por minuto, con procedimientos de lectura rápida, o puede ser morosamente contemplado en una de estas líneas que se vuelven una revelación. Y qué fácil es volver atrás, releer, detenerse, saltar sobre cosas que no interesan. Operaciones complicadas, cuando no imposibles, en los nuevos medios.

Los libros son portátiles

Aunque existen aparatos más o menos portátiles para tocar discos y cintas, proyectar películas de cine, oír radio, ver televisión o leer archivos electrónicos, no es recomendable cargar con un proyector de cine al Metro, para seguir viendo la película.

La ventaja del libro está en que los otros medios requieren dos pasos de lectura: uno, primero, para transformar la señal mecánica, magnética, visual (recibida o grabada) en algo que a su vez (segundo paso) sea legible por el ser humano. Mientras que el libro es directamente legible. No requiere andar cargando un lector intermediario, supuestamente portátil y poco discreto, que obliga a los vecinos a participar en algo que no les interesa. Tampoco requiere ser llevado a un lugar especial, donde el aparato funcione. Un libro puede leerse casi en cualquier lugar y posición, de pie, sentado, acostado.

Leer novelas en una pantalla poco portátil, de contraste escaso y tipografía primitiva, no tiene ventaja alguna. Leer libros de consulta puede tenerlas, sobre todo si el disco está enriquecido con programas auxiliares. Una enciclopedia que permita leer el artículo sobre el colibrí, escuchar su trino, ver su imagen a colores en vuelo y en reposo, leer todas las referencias al colibrí en todos los otros artículos, ver y escuchar el nombre del colibrí en todos los otros idiomas, tiene ventajas obvias sobre la versión impresa. Y aparentemente, un disco es más portátil que una enciclopedia. Aparentemente, porque la verdadera comparación no es entre los numerosos volúmenes de la enciclopedia frente a un solo disco, sino frente a al instalación electrónica completa, que no va a estar dedicada exclusivamente a ese disco.

En la práctica, para una consulta rápida, tomar el disco, llevarlo a la máquina (si está desocupada), encenderla o cambiar de un programa a otro, puede ser más trabajoso que tomar el volumen impreso y consultarlo directamente. Además, en una biblioteca, dos o más personas pueden usar la misma enciclopedia (en tomos diferentes) al mismo tiempo, cosa difícil, cuando no imposible, con el disco.

Los libros no requieren cita previa

Para ver un programa de televisión hay que estar disponible a cierta hora o dejar preparadas la cinta y la videograbadora. El espectador tiene que someter su agenda al programa de transmisión. En cambio, el libro se somete a la agenda del lector: Puede estar disponible donde quiera y cuando quiera. No exige previa cita.

La gente cambia de canal fácilmente y este picoteo llamado zapping puede ser visto como libertad frente al cine, y más aún frente al teatro y los conciertos, que tienen algo de ceremonia de atención fija en circunstancias obligadas (sociales, de lugar, de momento). En el caso extremo, asistir a una ceremonia requiere invitación, coordinarse con otras personas, precauciones de seguridad, un atuendo especial y todos los preparativos de una excursión, para llegar a tiempo adonde no es posible distraerse, ni comer o beber, ni grabar, ni dejar de pagar un costo elevado en tiempo, dinero y respeto a los demás, aunque la función sea detestable todo lo cual no se justifica más que en casos extraordinarios. Por eso, tan poca gente va al teatro, los conciertos, las conferencias: porque asistir es movilizarse costosamente para algo que no siempre vale la pena.

Pero el zapping televisivo se queda corto frente al zapping de la lectura, que ofrece más variedad (no se requiere una gran biblioteca para disponer de más libros que canales de televisión) y más libertad de zapping (hacia adelante y hacia atrás, en cada "canal"); además de que conserva el material, sin tener que grabarlo a cierta hora precisa: con cita previa. Por eso, Séneca señalaba a Lucilio el peligro de picotear en demasiados libros: Es tan fácil que se presta a la disipación mental.

Los libros son baratos

Tan baratos que es relativamente fácil la propiedad, y hasta la edición, personal. Millones de lectores pueden comprar una colección de libros clásicos, pero no una colección de cuadros equivalentes. Una persona de recursos modestos puede pagar la edición de un libro suyo, pero no el montaje de una ópera suya o la producción de una película suya.

Tan baratos que se habla de que toda persona pueda comprarlos, como si lo único deseable fuera la biblioteca personal. No se habla así de los museos. Por el contrario, se considera un lujo (a veces mal visto) que una persona tenga un museo personal.

La televisión y la prensa son tan caras que ni siquiera pueden vivir del público: viven de los anunciantes. El cine, la prensa, la televisión requieren públicos de cientos de miles para ser costeables. Los libros, sin anuncios ni subsidios, se pagan con unos cuantos miles de lectores. No se ha inventado nada más barato para dirigirse a tan poca gente.

Los libros permiten mayor variedad

Hacer un programa de televisión para tres millones de personas justifica un presupuesto enorme. Si el mismo público se fragmenta en seis canales, aunque la variedad queda sextuplicada, la situación presupuestal se complica, porque cada programa debe costar la sexta parte. Si se fragmenta en mil, hay una variedad mil veces mayor, pero el presupuesto resulta imposible: No se puede producir televisión para tres mil personas.

Esto explica por qué la televisión decepciona, aunque ofrezca paquetes de quinientos canales: porque tiene que ser interés para cientos de miles o millones de personas. Es deseable (y sucede) que el gran público se interese en las obras de gran calidad, tanto en la televisión como en los libros. Pero, en el caso de los libros, si esto no llega a suceder, no hay un desastre financiero, como en la televisión. La televisión está obligada a producir bestsellers, empezaron así. Los primeros mil ejemplares de El Laberinto de la Soledad, de Octavio Paz, tardaron años en venderse. Si hubiera sido un programa de televisión, seguiría inédito porque no se puede hacer televisión para tan poco público.

Gabriel Zaid. "La desaparición del libro" El Norte. Sección Internacional, Monterrey, México, Abril 14 de 1996.
Impreso originalmente en La Vida Literaria, número 21, marzo, 1972. Publicado como "La superación tecnológica del libro" en Gabriel Zaid, Los demasiados libros. México, Oceano, 1996, págs. 59-64.